Tercer Día en San Francisco
Día de volver. Volver a Palo Alto, volver a nuestra casa donde fuimos completamente felices. Un día muy emocionante.

Salimos las dos a las 11am y después de una hora en el peaje del puente para pasar a la autopista finalmente logramos manejar a una velocidad decente. Nuestra primera parada fue Half Moon Bay. Más específica, el aeropuerto de Half Moon Bay donde hay un café que vive desde 1950 y tiene EL MEJOR desayuno de EEUU. No solo lo digo yo, de hecho se han ganado premios anuales desde 1996.
Terminamos desayunando tostadas francesas y omelette. El sitio es encantador, tiene aviones, motores, gafas, vestuarios de aviadores, hélices y cualquier artefacto de aviación que exista, exhibidos en cada rincón del establecimiento. Por fuera es una construcción un poco rudimentaria, nada muy lujoso, sin embargo dan ganas de ir todos los días.
Seguimos el camino en carro por la autopista a la orilla del mar. El paisaje de la costa pacífica, unas olas inmensas con la espuma completamente blanca, unos cuantos surfistas en las bahías, la neblina cubriendo, y las rocas enmarcándolo todo.
De repente empecé a ver colores familiares. Beige, verde oscuro, y vino tinto... y supe que estábamos en Palo Alto. Si entrar al Golden Gate me dio escalofríos, estar en Palo Alto me quitó literalmente el aliento. Todo empezó a verse familiar, un montón de recuerdos empezaron a volver y de la nada, como una sorpresa, un letrero que decía ESCONDIDO SCHOOL: Friends around the world. Y empecé a llorar. Empezamos las dos a llorar.
La sensación de volver a estar allá, tantos recuerdos, cada lugar trae millones de momentos, los almuerzos, los recreos, la oficina donde nos mandaron con piojos el primer día de colegio y donde las dos lloramos esperando a mi mamá, hoy las dos lloramos igual por volver a estar ahí. Vimos los salones, el parque y lamento decir que mi yo de 8 años estaría muy decepcionada con mi desempeño en el pasamanos.





Salimos del colegio derechito para la casa, tratando de acordarnos de la ruta que tomábamos en bicicleta todos los días. Hoskins 105B sigue igual. La misma casa, el mismo vecindario, la reconocimos de inmediato. Pasamos al parque de adentro y si, todo es igual pero ahora todo parece tan pequeño. El parque que era una jungla donde nos sentíamos escondidas, es un rodadero y dos columpios. El bosque que teníamos que atravesar para llegar al parque son 3 pinos. Y así, sin embargo, esos lugares guardan todos los juegos, las historias, los picnics, las caídas y todo lo que vivimos juntos ese año. La mente de los niños convierte todo lo ordinario en extraordinario, y gracias a eso, 3 pinos pueden ser un bosque encantado y atravesarlo puede ser toda una aventura.
Vimos la ventana de nuestro cuarto, la vidriera por donde entró la ardilla a comerse nuestros chocolates un día que la dejamos abierta, la mesa donde las dos tuvimos nuestros cumpleaños, la cocina, el porche... todo lo que fue ese maravilloso año en esa casita.
Dejamos Hoskins y recorrimos la universidad, tomamos Jamba Juice, los jugos que adorábamos, caminamos por el campus y en cada lugar nos acordamos de una anécdota o de algún día en especial. Para haber tenido 7 y 8 años, siento que nos acordamos de mucho; cosas tan curiosas que la mente guarda como el lugar donde me peinaron con una media cola, o el andén en el que casi nos caímos de la bicicleta.
A las 4 y después de caminar un largo rato bajo un sol picante, fuimos a la casa de una pareja de amigos que hicieron mis papás en ese año. Cuando los conocimos tenían mellizos de 2 años. Nos recibió la misma señora igual a como nos acordábamos de ella y los mellizos de 18 años. Mary Kay nos abrazó y cuando nos miró se puso a llorar. Increíbles los lazos que se crean y no se rompen ni después de 16 años.
Volver a nuestra casa, donde fuimos felices, donde siempre habíamos querido volver juntas, fue exactamente lo que pensamos que sería. Dejé mi corazón aquí hace 16 años y hoy volví y confirmé que no lo tendré de vuelta.